sábado, 6 de febrero de 2010

CASTILLO DE GALISTEO
(Texto extraído de una publicación del diario HOY de Extremadura)



Galisteo está emplazado sobre un amplío y alto cabezo empinado sobre el río Jerte. El río, que viniendo del Noroeste se dirigía hacia la espectacular villa, quiebra su rumbo hacia poniente al pie sus murallas y, volviendo de nuevo otra vez su cauce a la anterior orientación, confluye en el Alagón unas tres leguas de la puebla. Este oportuno zig-zag otorga a la villa dos buenos fosos naturales; el del Norte, de empinada e insalvable orografía, y hacia Poniente, donde el ribazo, ya más ancha la vaguada, va pausadamente acrecentando la inclinación de su ladera hasta encresparse áspero sobre la misma muralla de Galisteo.

El paraje de la puebla, que nos muestra tan óptima situación sobre el Jerte, acrecienta su valía con la inmediata proximidad del río Alagón. Esta excelente posición defensiva atrajo hasta cabezo a las gentes del pasado milenario, que desde allí disponían de dos feraces vegas regadas por ríos de buen caudal; esta aventajada posición sugiere que este cerro de Galisteo fue ya, desde el más remoto pasado y, además, muy fuerte ciudadela.

Galisteo exhibe una bella y asombrosa cerca muy completa y en buen estado de conservación que debiera ser celosamente protegida y restaurada, cuidando esmeradamente las construcciones que se acometan junto a los muros y en el interior de su recinto.

La elevada y singular muralla ciñe a la totalidad de la vieja puebla de Galisteo, sin brechas dignas de cita. Son muy altas las cortinas de la cerca, sobre todo en las proximidades de las tres puertas, mientras que por el contrario, la altura del muro se atenúa según los lienzos se acercan al castillo.

Tan notable muralla se elevó con gruesos cantos rodados del río, escogiendo de entre ellos los aplanados y demás parecido tamaño.

Con este material, y en algunas zonas de más lograda factura, que son las más expuestas a la vista del viajero, se aparejó la gran fachada ciega, perimetral y decorativa, de arcaicas geométricas.

Los cantos de río fueron cuidadosamente colocados según zonas; en unas forman líneas horizontales de cuidado aspecto. En otras, con los guijarros planos, "aladrillados", en espina de pez, se realizaron importantes tramos de la cerca. Con este último tipo, que es solución ornamental muy antigua y nulamente constructiva, se han realizado algunas partes de la muralla. El efecto estético de las áreas más cuidadas es sorprendente. Tan sólo sé de un castillo en el nordeste de Huesca, el de Monzón, que en su torre mayor muestre ornamentación similar, de espina de pez en direcciones contrapuestas y coronadas por otras hiladas horizontales de cantos aplanados, para así recuperar la horizontalidad perdida. En este caso oscense, la torre fue construida hacia fines del siglo XI, y algo más le fue entregado el castillo a la Orden del Temple.

La muralla de Galisteo tiene tres puertas. La del Este o Santa María nos muestra la gran ojiva de un arco de ladrillo, que pudo ser de forma muy distinta, apoyado en jambeados de cantería y que tuvo claramente rastrillo; el arco de paso, de medio punto, es también de cantería y de normal altura; esta puerta se reforzó con la construcción, adosada a la cerca, de la sólida espadaña exenta de la iglesia. La puerta del Sur o del Rey es una entrada directa y limpia, donde, si acaso, puede sentirse la impresión de parecer más alta la muralla. Al Oeste, la puerta de la villa ofrece ya más dificultades de acceso, al situarse en una esquina interior y hacia un regular entrante de la cerca; tiene a su Norte una larga cortina de flanqueo que, con el giro hacia el recodo de la puerta, obliga a presentar nuevamente el costado hacia la muralla.

Si la puerta de la Villa nos muestra sutilezas constructivas, las del Este y el Sur son entradas tan francas e ingenuas, y sin ninguna de las sutiles complicaciones de los almohades, que extrañan a los que visitan la villa. De los almohades se esperaba más; ellos, los feroces guerreros, los "unitarios", velaban esmeradamente por dotar a sus reductos de los elementos militares más probados, prodigando las puertas en doble recodo, torres albarranas, corachas y torres de flanqueo junto a las puertas.

¿Por qué de esto no hay nada en Galisteo, salvo en una de sus puertas, siendo una importante alcazaba fronteriza?

El castillo de Galisteo, situado en lugar tan prominente, fue, sin duda, el lugar donde se alzaría el último y más fuerte bastión de la plaza, la torre mayor de los valientes. Sea cual fuere el tiempo de la historia, los lugares como éste, en vanguardia, altos y dominadores de lejanía, son siempre los predilectos de la guerra. Allí está la vieja y poderosa torre, anterior en pocas décadas a la fortaleza de los Manrique la Lara, obra de empaque que no fue finalizada. Y en realidad las obras sí se terminaron, pero lo fueron con un final feliz. El adusto castillo amenazante se tornó prestamente en lujoso alcázar palaciego, y en muy corto plazo. Estábamos ya en la Edad Moderna y los tiempos habían cambiado ¿pero no pudo ser la causa del cambio una mujer?

El destino del edificio es cambiado a principios del siglo XVI. Según lo investigado por Cooper, en 1510 se casa García Fernández Manrique de Lara, conde de Osorno y primer duque de Galisteo, con María de Luna. En la enjuta izquierda, la que queda, del lujoso arco de entrada al palacio vemos las armas de los Luna. El fin guerrero de la obra se trocó en residencial con este matrimonio. Estos datos precisos y preciosos no suelen figurar en los archivos; también en las piedras está escrita nuestra historia. ¿Porqué este cambio tan apaciguador del duque de Galisteo? Antes, hacia 1503, construía su castillo tenazmente, exigiendo a los vecinos de la villa no solo la prestación personal, sino también económica. Y no sólo esto; en 1506, Manrique de Lara fortificó la iglesia de Galisteo; pudo ser la espadaña actual y algo más que no conozco. Todo esto parece ser debido a que Francisco de Soria fortificaba un cortijo suyo muy cerca de Galisteo; posiblemente el que se alza hacia el Sur a unos tres kilómetros antes de llegar a la villa.

Para este castillo de los Manrique de Lara parece ser el más apropiado este romance a la muerte de don Manrique de Lara, que dice:



A veintisiete de marzo,

la media noche sería,

en Barcelona la grande

muy grandes llantos había;

los gritos llegan al cielo,

la gente se amortecía,

por don Manrique de Lara,

que deste mundo partía,

muerto lo traen a su tierra,

donde vivo sucedía.